Capítulo 1. El primer día


Estaba sola, no sabía bien donde se encontraba, logró abrir los ojos muy despacio y la oscuridad lo inundaba todo. Con mucho cuidado y cierto temor, extendió su brazo y notó la superficie húmeda que la rodeaba. En su mente aparecieron imágenes fugaces, poco nítidas como en un sueño, sin saber por qué, sintió acelerarse su corazón...
Se dejó llevar por esa sensación e intentó incorporarse, pero su cuerpo no respondía y esto le produjo angustia. ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué estoy aquí? ¿Desde cuándo estoy en este estado? Estas y otras preguntas empezaron a agolpársele en su cabeza y , mientras tanto, logró ponerse en pie aunque con gran esfuerzo, y cuando soltó su mano del asidero al que se había agarrado para levantarse vio sangre...
La vio y la sintió resbalar por sus brazos y empapar su ropa. Es cierto que sus ojos, aún poco acostumbrados a la oscuridad, apenas la distinguían, podría haberse tratado de cualquier otro líquido oscuro, pero ese olor... ese inconfundible aroma a óxido y rancio no le era en absoluto desconocido. Con esa certeza aumentó su confusión. Permaneció inmóvil unos segundos tratando de ubicarse, ordenar sus pensamientos y averiguar si la sangre era suya, cómo había llegado allí y, más importante aún, cómo salir.
Hacia el fondo de lo que parecía un pasadizo, algo llamó poderosamente su atención, no era otra cosa más que un débil haz de luz. Fijó en él su mirada y se concentró calculando mentalmente la distancia a la que se encontraba. Sintió un ansia irresistible por escapar y salir de esa oscuridad lo más pronto posible, y, después de asegurarse que podía andar, caminó lentamente palpando la pared. De pronto tuvo una vaga idea de quién era y por qué se encontraba allí...
¡Érika! ¡Érika! ¡Érika!, ese era su nombre, pero seguía sin saber donde se encontraba. A medida que se aproximaba a la luz su mente iba despejándose. También creía recordar su profesión, ¿arqueóloga? ¿Estaba en una catacumba?, ¿se encontraba en medio de una investigación?...
Todo eran preguntas, siempre es así, se decía a sí misma, las preguntas, siempre acosándola...ahora recuerda: sí, eso es: estaba en medio de una investigación, ¿no le habían propuesto en su periódico ir a cubrir aquella jodida guerra? Ella aceptó incluso con entusiasmo, sería por fin, su primer "trabajo de campo" importante, y ahora...ahora todo era angustia y desesperación, su compañero fotógrafo yacía, gravemente herido junto a ella, casi le cayó encima al tropezar con él. Lo llamó pero no obtuvo respuesta. Érika se agachó y buscó a tientas su muñeca para comprobar el pulso, y lamentó su escasa experiencia en socorrismo, siempre pensó que esa formación debía complementar a la de un buen arqueólogo. Se acercó entonces a su cara y suspiró aliviada al sentir su respiración. Su primer impulso fue tratar de arrastrarlo hacia la salida, pero la razón se impuso, seguía mareada, confusa y demasiado débil para hacerlo. Por otra parte, no había valorado aún el estado de Verner. Respiraba, sí, era lo único que sabía, pero ¿qué heridas o fracturas tendría?
—Espérame, —le susurró al oído— te voy a sacar de aquí.
Su anterior experiencia como arqueóloga, buscando vestigios del pasado en un país africano, había sido la excusa perfecta para que su jefe de redacción la enviara a cubrir los terribles acontecimientos que ahora tenían lugar en esa parte del mundo. A penas llevaba seis mese en su nuevo trabajo, pero su anhelo por llegar a ser pronto una periodista de éxito la impulsó a aceptar sin miramientos esta tarea tan peligrosa. Se sentía culpable por haber convencido a su nuevo novio, Verner, de que la acompañase...
Antes de intentar sacar de allí a Verner tenía que tener claras las opciones de supervivencia. Sus conocimientos de arqueología le podían ayudar a situarse en aquella ¿galería? ¿pasillo? Tenía que pensar rápido, Verner no podía estar sin ayuda mucho tiempo. Pensó que. Primero era tratar de salir ella de allí, explorar el exterior y volver por él, sola o, mejor, con ayuda.
Había que salir y saber donde se encontraba realmente, eso era lo primero.
¡bum, bum! la sangre golpeaba sus sienes y empezaba a sentir la metamorfosis; sus instintos animales despertaban para sacarla de allí, de aquella madriguera letal. Sus músculos adquirieron una elasticidad atlética y empezó a reptar olfateando, sintiendo el mínimo roce de aire que le señalara la vía de escape.
Por fin salió a la superficie y notó que, por primera vez, sus pulmones se llenaban al respirar profundamente ese aire menos denso. Se incorporó, miró a su alrededor y fue consciente de dónde se encontraba. La trinchera medio derruida por las explosiones quedaba a su espalda, de frente un paisaje desolador, donde varios cadáveres con partes de sus cuerpos mutiladas, se encontraban tirados en una especie de zanja. El sol se encontraba bajo, en el horizonte y a lo lejos pudo distinguir la silueta de un vehículo que parecía dirigirse hacia ella.
Al tiempo que movía sus brazos, gritó; - ¡SOCORRO, SOCORRO, AYUDA, POR FAVOR !
Gritó hasta desgañitarse pero tuvo éxito porque logró llamar la atención del vehículo militar y este se dirigió hacia donde estaba ella. Era un grupo de tres soldados que estaba inspeccionando la zona después del terrible atentado en busca de supervivientes y el panorama que tenían delante era estremecedor. -¿Quién es usted?, ¿De dónde sale? Nos han informado de una fuerte explosión en la zona y hemos venido lo más rápido posible. Érika empezó a hablar de forma atropellada...
-Soy periodista...Mi compañero fotógrafo está dentro, malherido, dijo, señalando el hueco por donde había salido...Creo que está muy grave...
Uno de los soldados, el de mayor rango, se dirigió a Ella,
-Qué hacen ustedes aquí. Esta es una zona de acceso restringido...
Érika gritó,
-Ayuden a mi compañero, por favor...
El soldado que permanecía de pie, junto al vehículo, reaccionó y, a su vez los otros dos compañeros lo siguieron al interior de la trinchera.
Al cabo de unos minutos, que se hicieron eternos, aparecieron de nuevo los tres soldados transportando a Verne, el cuál parecía muerto, o tal vez inconsciente. Lo colocaron con cuidado en la parte trasera del jeep, donde un soldado comenzó a valorar sus heridas.
Indicaron a Érica que subiera y, sin mediar palabra, se dirigieron al puesto médico más cercano.

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